El alerce: leyenda y propiedades terapéuticas

Carlo Signorini

 

Uno de los últimos días de otoño, me encontré paseando en un bosque donde la mayor parte de los árboles son abetos. Entre ellos, se pueden ver aquí y allá algunos alerces, en su apariencia de invierno se distinguen desde lejos entre el verdor de sus compañeros. Sobre sus ramas, sólo quedan unas pocas acículas del color de la tierra.
La planta tiene un aire de realeza, pero sin soberbia. En otoño se desprende de sus acículas para donárselas a la Madre Tierra, que las transforma en sustancias útiles y de nutrición para el futuro. Antes de liberarse de éstas, el alerce se convierte en un estallido de brillantes colores que, comenzando en el verde, torna al amarillo, luego al marrón con reflejos rojizos, hasta alcanzar el color del oro. Estas plantas pueden alcanzar dimensiones gigantescas, y así ocurre con la exuberante masa de sus colores.
Sobre esta montaña existe un dicho popular que dice que no nevará hasta que el alerce pierda la mayoría de sus hojas; éstas permanecerán en contacto con la tierra, bajo la nieve, no sobre ésta. Al primer indicio de una inminente nevada, la planta tiene gran trabajo por hacer, liberarse de todas sus hojas; caminando en el bosque en tales circunstancias, si te encuentras en medio de una vereda estarás inmerso en una verdadera nevada de suaves y pequeñas acículas.
En este bosque, compuesto en gran parte por abetos, alzo la mirada y veo las copas desnudas de mis amigos los alerces, que parecen monjes franciscanos en su hábito marrón. Son como antiguas estatuas, que han visto disminuida su consideración en la concepción frenética de la vida moderna. Sonrío cuando pienso que yo mismo estoy "anticuado", un viejo hombre barbudo, con pelo fino y cano; un herborista, un mago, al encuentro de los secretos de la Naturaleza.
Una o dos generaciones atrás, el alerce era el rey del bosque, su delicada copa dejaba pasar los rayos del sol, por eso, los animales encontraban bajo sus ramas un lugar para alimentarse. En otoño, sus hojas caídas eran recogidas para el "starlet": el lecho para las vacas en el establo. En los días de fuerte viento, el alerce deja caer las ramas gruesas y viejas. No es difícil recoger leña, y es sin duda la mejor. Con las ramitas más pequeñas las personas ancianas, ligándolas, preparaban manojos, que servían para encencer el fuego de la estufa, rápido y fácilmente. A los pies de los mejores ejemplares, en el tronco encontrábamos un agujero, el cual permanecía tapado todo el año; durante el verano, pasaban los recolectores de "Largà": la resina del alerce. En la estación más cálida, estas personas destapaban el agujero de los alerces, con una herramienta construida específicamente para cumplir esta función, como una larga espátula con un taladro con el que extraían del agujero la resina con la consistencia de la miel, la cual se vertía en cubos especiales de madera. No había una casa o una familia que no tuviera un bote de  "Largà"; era el remedio infalible para extraer cualquier cuerpo extraño que se hubiese clavado bajo la piel de personas y animales. Por la noche, antes de acostarse, se untaba la piel donde se encontraba la astilla con abundante "Largà". Durante la noche, lentamente, el Largà llevaba a la superficie el cuerpo extraño. Es, además, un óptimo desinfectante y antinflamatorio. En compresas, se usaba contra los dolores del reuma, las inflamaciones en las vías respiratorias y como secativo de granos y furúnculos, para extraer el pus.
La mayoría de la resina recogida en el verano era filtrada con grandes tamices especiales, para eliminar las pequeñas impurezas y enviarla lejos a las refinerías. Allí, se destilaba para obtener diferentes productos: aceite esencial de trementina, aguarrás y, por último, la Pece. La Pece era una indispensable pasta de brea para los cascos de madera de los barcos y botes, para hacer la madera impermeable y evitar que se pudriera. Fue usada, incluso, para la manufactura de algunos preciados intrumentos musicales hechos de madera armónica y para reforzar las cuerdas y  también para otro tipo de cuerdas hechas de fibras vegetales. El alerce, a través de su resina, daba un producto indispensable para aquel ritmo de vida: ¡era el Oro Verde! Ahora todos estos productos se obtienen del Oro Negro, ¿pero es realmente similar? La madera de los alerces tenía un valor incalculable, fuerte y resistente, pero su principal característica era y es su capacidad de resistencia la agua; para todo tipo de usos: no se pudre. En herramientas de madera, las zonas sujetas a mayor uso, se construían con alerce.
Son todas estas características las que hacen que su figura me parezca salida como de otros tiempos; sus nobles cualidades que marcaron el ritmo de tantas generaciones, de gentes de montaña y que ya no son apreciadas. Se prefieren en su lugar los nuevos productos sintéticos, aún siendo nocivos para el hombre y el medio ambiente. A mi modo de ver, el alerce tiene algo de la energía  masculina y femenina. Sin duda, su viril figura alzada al cielo recuerda una forma fálica, así como es masculina la fuerza de su madera, la cual, temperada al fuego proporcionaba armas tan fuertes como el acero. Por el contrario, su follaje, que permite pasar los rayos del sol para las formas de vida más pequeñas, es femenino. Lo es también su falta de soberbia cuando se desprende de sus hojas, su generosidad y la encantadora "frivolidad" femenina de cambiar a veces su imagen. La energía mágica de los alerces está en la capacidad de llevar a la superficie, de hacer emerger al exterior, las cosas más profundas, íntimas, sutiles del alma humana. Puede hacer superar traumas, emociones, sentimientos escondidos, preguntas espirituales; nada permanece oculto en nuestro subconsciente, entonces, a largo plazo, lo que pueda atormentarnos y poner en peligro nuestra existencia, una vez reconocido y tomado en consideración, madura, lentamente se disuelve en su parte más impetuosa, enriqueciendo la vida.
Para aquellos que quieran experimentarlo, les recomiendo que lleven amuletos, en contacto con su cuerpo, hechos con madera de alerce o partes de la planta; otra práctica que recomiendo es abrazar uno de estos gigantescos seres prolongadamente, evocando su espíritu.
La montaña era tierra donde fácilmente nacían leyendas ligadas a lo mágico y lo misterioso. En un lugar no lejano de donde vivo, había una bella leyenda que explica el nacimiento del alerce:
De un valle encantado descendía un río de oro, donde vivían las Aguanas, criaturas acuáticas con mágicos poderes. En el castillo, vivía una hermosa princesa, hija del señor y de una Aguana. Su nombre era Marugiana. La princesa había heredado los poderes mágicos de su madre: era capaz de predecir las tragedias y desgracias que iban a suceder a su gente. Un día, un joven pasó por el río, y como en todas las bellas historias, los dos jóvenes se enamoraron y decidieron casarse. Ellos expresaron su deseo de que el día de su boda el dolor y la maldad, aunque fuese por un breve instante, desapareciesen de la Tierra. Todos los viejos sabios del lugar se consultaron, pero no encontraron ninguna solución. Entonces fue cuando una vieja Aguana dijo:
Hay un momento en el tiempo en el que todo parece permanecer en una paz irreal, esto sucede cada cien años, y es este mismo año el momento propicio: a mediodía, el día de San Juan Bautista.
La ceremonia nupcial fue organizada para aquel preciso instante, y el matrimonio de los jóvenes se celebró en una atmósfera encantada. Con todas las flores de la fiesta, dos ingeniosos enanos decidieron hacer un enorme ramo. El ramo de flores era tan grande como un árbol y decidieron plantarlo en un prado y llamarlo Lares, en honor al genio del fuego. Era hermoso verlo, pero todos sabían que no sobreviviría al frío invierno de la montaña. Para protegerlo de la intemperie, la princesa Marugiana, dejó caer sobre el ramo su velo de esposa y como por encantamiento, brotaron nuevas ramas y después florecieron en fragantes conos rojos. Todos quedaron sorprendidos por la belleza del alerce, que desde aquel día es el emblema del matrimonio; además, como el matrimonio, el alerce es verde y florido en primavera; rojo y oro en la madurez, pero en el invierno, si Marugiana no lo cubre con el velo del amor, queda desnudo y seco.

 

 
 
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